Las rampas, presentes en la naturaleza como cuestas y fabricadas en forma de cuñas por culturas prehistóricas, comenzaron a construirse conscientemente con el surgimiento de las culturas megalíticas alrededor del 4000 a.C. La necesidad de desplazar y utilizar grandes bloques de piedra marcó el inicio del uso intencional de rampas en la construcción. Hacia el 2800 a.C., en Mesopotamia, estas rampas evolucionaron a escaleras de obra adaptadas a la fisonomía humana, utilizadas en viviendas y construcciones sociales. Los romanos luego generalizaron su uso en la construcción de calzadas y acueductos, demostrando su versatilidad y funcionalidad.
En el patinaje moderno, las rampas han encontrado un papel esencial y emocionante. En los parques de patinaje, estas estructuras están diseñadas con diversas inclinaciones y formas, ofreciendo desafíos a patinadores de todos los niveles. Desde principiantes hasta expertos, las rampas permiten desarrollar habilidades, fomentar la creatividad y realizar maniobras que desafían la gravedad. El diseño inclusivo de estas rampas asegura la participación de personas con diferentes capacidades, promoviendo la equidad y la accesibilidad en el deporte.
Culturalmente, las rampas en el patinaje son mucho más que herramientas funcionales; son símbolos de libertad, creatividad y superación personal. La comunidad de patinadores las ve como lugares de encuentro, aprendizaje y expresión personal. Así, las rampas, que comenzaron como soluciones arquitectónicas, se han convertido en elementos fundamentales de una vibrante subcultura.